Categoría : Cuento
Imán
Me llamó la atención la convocatoria a Concurso, sobre Antártida Argentina, organizado por la Fundación Marambio que bajo el lema “ Antártida… un sentimiento “ “Llamado a participar de un viaje a los que estén dispuestos a pintar un gran cuadro sobre Antártida Argentina”.
Era mi segunda oportunidad en la vida de viajar a ese sector austral de nuestra Patria Argentina que ejercía una especie de imán en mi persona.
La primera vez fue al terminar una de las materias en mi carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba; “Geografía Humana”, me inscribí para realizar un cursillo en el segundo semestre de ese año lectivo, ya que el tema era Antártida Argentina.
No recuerdo a la fecha que otras materias cursé ese año; sólo viene a mi memoria una y otra vez: Antártida Argentina y le dediqué toda mi pasión y esfuerzo y cada vez que me adentraba en la lectura de su historia, desde la llegada al polo sur, pasando por la firma del Tratado Antártico, bases, construcción de galpones, viviendas, su flora, fauna; sus potenciales energéticos fruto de una odisea futurista, Antártida se convertía en un imán que me llamaba.
Culminé mi cursillo aprobando con excelentes notas, pero sintiendo que había fracasado ya que se nos había prometido en la Universidad que la misma se haría cargo de llevar al curso completo en un avión Hércules C 130 a nuestra ansiada y atrapante meta; pero surgieron inconvenientes y nos quedamos sin la posibilidad de ir a la Antártida.
Pasaron los años, vivo en una meseta patagónica, con algunas características similares en su conformación geológica y sin embargo nunca olvidé a mi Antártida.
Así es que apenas tuve en mis manos la convocatoria para pintar un cuadro, me inscribí, aunque reconozco que no soy buena pintando, mi interés solo estaba centrado, en conocer lo que he considerado siempre como el futuro del planeta; la mayor fuente de agua dulce, con inmensas riquezas guardadas en los glaciares y témpanos; y el único lugar de nuestra agobiada tierra que ha sido por siempre y será: ¡tierra de paz ¡
Para mi sorpresa, a los pocos días de enviar mi correo, un llamado al teléfono me anunciaba que partía un pequeño contingente desde Buenos Aires; me alisté y allí fui hacia ese imán que me llamaba.
En Buenos Aires debimos esperar dos días para iniciar la salida porque las condiciones del tiempo no eran buenas para arribar el día que estaba previamente establecido. Así es que aproveché mi estancia en la Capital para pasear por los lugares donde había vivido hacía mucho tiempo, ir de librerías, disquerías. En fin, que un recibo un llamado nuevamente que me anunciaba que partíamos en 3 horas.
--¡ Por fin había llegado el momento tan ansiado ¡
El avión hizo dos escalas, en Comodoro Rivadavia y en Río Grande, en éste último para abastecerse de combustible. La geografía de mi país volvía a mi mente en los planos que dibujaba en el colegio, las penínsulas, bahías, fiordos volvían a mi mano cual si dibujara y pintara sus contornos en una época donde conocíamos la geografía dibujando y memorizando sus ríos, valles, mesetas y montañas y así nuestra fantasía le daba vida a las imágenes que no teníamos como en la época actual, cuando ni la televisión, ni el acceso a las distancias eran tan fáciles como en nuestra época. El mar nos acompañaba y nos señalaba los trayectos recorridos. Cuando habíamos dejado el continente, sólo el mar era el único punto de referencia. La emoción me estalló cuando nos anunciaron que estábamos a punto de descender. El avión dio dos giros sobre la misma dirección, como en círculo y al final comenzó la aproximación y al abrir los ojos un manto blanco con algunos manchones amarronados no dejaba advertir el horizonte.
Abrigados para la circunstancia con camperas, capuchas, manoplas todos de color naranja, pusimos pie en esta tierra que se me presentaba ante mis pupilas dilatadas por el fulgor blanco, ante mi piel que advertía el brusco cambio de temperatura. Un vehículo mezcla de jeep y camión, que no conocía fue el que nos trasladó a la Base Marambio. La emoción no me dejaba hablar. Fuimos recibidos por un grupo de personas que se presentaron, nos tendieron sus manos, explicaron el cargo militar que ostentaban y sus funciones en la Base. Una de ellas muy atenta nos llevó adonde pernoctaríamos las dos noches que estaríamos en dicha Base. Al cabo de dos horas luego de descansar y comer algo, las doce personas que habíamos sido asignadas para pintar un cuadro, nos dispusimos a conocer un poco mas de los alrededores. Todos llevaban consigo pinceles, pinturas, atriles en un pequeño portafolio pero en forma de mochila, con unas tiras largas que acomodarnos en las espaldas.La excursión duró unas tres horas; total que el día siguiente lo podríamos aprovechar desde temprano. Desde el primer instante tuvimos problemas para aprender a movernos en la nieve, nuestros calzados quedaban como pegados al hielo. El día era brillante, habíamos tenido suerte de arribar un día donde el sol iluminaba esa superficie blanca, pero a la vez encandilaba nuestros ojos. Cada uno sin alejarse mucho de la Base como nos habían indicado, tomó posición y se dispuso manos a la obra a plasmar en la tela aquella impresión primera en contacto con la Antártida y fueron saliendo los primeros trazos, todos eran semejantes y a la vez distintos, como cada uno veía ese trozo de país llamado Antártida.
Yo me quedé las tres horas mirando y recorriendo, ni siquiera se me ocurrió sacar pinceles o pinturas de mi maletín hecho mochila. Antártida seguía siendo tierra de imán y me quedé extasiado frente a semejante pintura natural como si estuviera en Florencia, ante una galería de Arte.
La luz del sol dirigida hacia mi, me convertía en protagonista frente al plano blanco de fondo, que eran como pinceladas espontáneas sobre una serie de manchas del fondo pareciéndome una patética pintura impresionista digna de un Rembrandt donde se percibían las experiencias desde alegrías y sufrimientos de todos los que habían pisado ese blanco inmaculado y se me aparecieron ante mi vista las facciones en contrastes, con sus miradas y las manos en un segundo plano advirtiendo la serenidad en la expresividad de los gestos --¡ un típico cuadro del romanticismo ¡ --que incitaba a la meditación y a la reflexión de la vida de aquellos , de la mía y del paso inescrutable del tiempo.
--El tiempo – las tres horas habían pasado y yo no había pintado absolutamente nada. El día subsiguiente sucedió lo mismo; no logré pintar nada y así llegó el momento de partir. Todos llevaban sus obras consigo, satisfechos de haber pintado su cuadro en esta tierra congelada.
Y llegó el momento de presentar los trabajos ante el Jurado, todos los hicieron, menos yo que arribé con mi maletín sin siquiera un boceto.
Entonces pedí que me dejasen pintar un gran lienzo en la pared.
Sobre aquella pared representé toda la Antártida que acababa de recorrer y mis impresiones. Cuando el trabajo estuvo terminado, el Jurado fue a ver el gran fresco.
Yo con mi varilla en mano, les expliqué todos los rincones del paisaje.
Cuando finalicé con la descripción, me acerqué a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. El Jurado tuvo la sensación de que mi cuerpo se adentraba de a poco en el sendero blanco, que avanzaba poco a poco en el paisaje Antártico y que me hacia más pequeño.
Pronto una curva del sendero me ocultó a sus ojos. Y al instante desaparecí en el paisaje blanco dejando el gran muro desnudo. La Antártida Argentina una vez más me había atrapado como un imán.
El Jurado y las personas que observaron el cuadro volvieron a sus sillas en silencio.
Mercedes Estela Brito
Imán
Me llamó la atención la convocatoria a Concurso, sobre Antártida Argentina, organizado por la Fundación Marambio que bajo el lema “ Antártida… un sentimiento “ “Llamado a participar de un viaje a los que estén dispuestos a pintar un gran cuadro sobre Antártida Argentina”.
Era mi segunda oportunidad en la vida de viajar a ese sector austral de nuestra Patria Argentina que ejercía una especie de imán en mi persona.
La primera vez fue al terminar una de las materias en mi carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba; “Geografía Humana”, me inscribí para realizar un cursillo en el segundo semestre de ese año lectivo, ya que el tema era Antártida Argentina.
No recuerdo a la fecha que otras materias cursé ese año; sólo viene a mi memoria una y otra vez: Antártida Argentina y le dediqué toda mi pasión y esfuerzo y cada vez que me adentraba en la lectura de su historia, desde la llegada al polo sur, pasando por la firma del Tratado Antártico, bases, construcción de galpones, viviendas, su flora, fauna; sus potenciales energéticos fruto de una odisea futurista, Antártida se convertía en un imán que me llamaba.
Culminé mi cursillo aprobando con excelentes notas, pero sintiendo que había fracasado ya que se nos había prometido en la Universidad que la misma se haría cargo de llevar al curso completo en un avión Hércules C 130 a nuestra ansiada y atrapante meta; pero surgieron inconvenientes y nos quedamos sin la posibilidad de ir a la Antártida.
Pasaron los años, vivo en una meseta patagónica, con algunas características similares en su conformación geológica y sin embargo nunca olvidé a mi Antártida.
Así es que apenas tuve en mis manos la convocatoria para pintar un cuadro, me inscribí, aunque reconozco que no soy buena pintando, mi interés solo estaba centrado, en conocer lo que he considerado siempre como el futuro del planeta; la mayor fuente de agua dulce, con inmensas riquezas guardadas en los glaciares y témpanos; y el único lugar de nuestra agobiada tierra que ha sido por siempre y será: ¡tierra de paz ¡
Para mi sorpresa, a los pocos días de enviar mi correo, un llamado al teléfono me anunciaba que partía un pequeño contingente desde Buenos Aires; me alisté y allí fui hacia ese imán que me llamaba.
En Buenos Aires debimos esperar dos días para iniciar la salida porque las condiciones del tiempo no eran buenas para arribar el día que estaba previamente establecido. Así es que aproveché mi estancia en la Capital para pasear por los lugares donde había vivido hacía mucho tiempo, ir de librerías, disquerías. En fin, que un recibo un llamado nuevamente que me anunciaba que partíamos en 3 horas.
--¡ Por fin había llegado el momento tan ansiado ¡
El avión hizo dos escalas, en Comodoro Rivadavia y en Río Grande, en éste último para abastecerse de combustible. La geografía de mi país volvía a mi mente en los planos que dibujaba en el colegio, las penínsulas, bahías, fiordos volvían a mi mano cual si dibujara y pintara sus contornos en una época donde conocíamos la geografía dibujando y memorizando sus ríos, valles, mesetas y montañas y así nuestra fantasía le daba vida a las imágenes que no teníamos como en la época actual, cuando ni la televisión, ni el acceso a las distancias eran tan fáciles como en nuestra época. El mar nos acompañaba y nos señalaba los trayectos recorridos. Cuando habíamos dejado el continente, sólo el mar era el único punto de referencia. La emoción me estalló cuando nos anunciaron que estábamos a punto de descender. El avión dio dos giros sobre la misma dirección, como en círculo y al final comenzó la aproximación y al abrir los ojos un manto blanco con algunos manchones amarronados no dejaba advertir el horizonte.
Abrigados para la circunstancia con camperas, capuchas, manoplas todos de color naranja, pusimos pie en esta tierra que se me presentaba ante mis pupilas dilatadas por el fulgor blanco, ante mi piel que advertía el brusco cambio de temperatura. Un vehículo mezcla de jeep y camión, que no conocía fue el que nos trasladó a la Base Marambio. La emoción no me dejaba hablar. Fuimos recibidos por un grupo de personas que se presentaron, nos tendieron sus manos, explicaron el cargo militar que ostentaban y sus funciones en la Base. Una de ellas muy atenta nos llevó adonde pernoctaríamos las dos noches que estaríamos en dicha Base. Al cabo de dos horas luego de descansar y comer algo, las doce personas que habíamos sido asignadas para pintar un cuadro, nos dispusimos a conocer un poco mas de los alrededores. Todos llevaban consigo pinceles, pinturas, atriles en un pequeño portafolio pero en forma de mochila, con unas tiras largas que acomodarnos en las espaldas.La excursión duró unas tres horas; total que el día siguiente lo podríamos aprovechar desde temprano. Desde el primer instante tuvimos problemas para aprender a movernos en la nieve, nuestros calzados quedaban como pegados al hielo. El día era brillante, habíamos tenido suerte de arribar un día donde el sol iluminaba esa superficie blanca, pero a la vez encandilaba nuestros ojos. Cada uno sin alejarse mucho de la Base como nos habían indicado, tomó posición y se dispuso manos a la obra a plasmar en la tela aquella impresión primera en contacto con la Antártida y fueron saliendo los primeros trazos, todos eran semejantes y a la vez distintos, como cada uno veía ese trozo de país llamado Antártida.
Yo me quedé las tres horas mirando y recorriendo, ni siquiera se me ocurrió sacar pinceles o pinturas de mi maletín hecho mochila. Antártida seguía siendo tierra de imán y me quedé extasiado frente a semejante pintura natural como si estuviera en Florencia, ante una galería de Arte.
La luz del sol dirigida hacia mi, me convertía en protagonista frente al plano blanco de fondo, que eran como pinceladas espontáneas sobre una serie de manchas del fondo pareciéndome una patética pintura impresionista digna de un Rembrandt donde se percibían las experiencias desde alegrías y sufrimientos de todos los que habían pisado ese blanco inmaculado y se me aparecieron ante mi vista las facciones en contrastes, con sus miradas y las manos en un segundo plano advirtiendo la serenidad en la expresividad de los gestos --¡ un típico cuadro del romanticismo ¡ --que incitaba a la meditación y a la reflexión de la vida de aquellos , de la mía y del paso inescrutable del tiempo.
--El tiempo – las tres horas habían pasado y yo no había pintado absolutamente nada. El día subsiguiente sucedió lo mismo; no logré pintar nada y así llegó el momento de partir. Todos llevaban sus obras consigo, satisfechos de haber pintado su cuadro en esta tierra congelada.
Y llegó el momento de presentar los trabajos ante el Jurado, todos los hicieron, menos yo que arribé con mi maletín sin siquiera un boceto.
Entonces pedí que me dejasen pintar un gran lienzo en la pared.
Sobre aquella pared representé toda la Antártida que acababa de recorrer y mis impresiones. Cuando el trabajo estuvo terminado, el Jurado fue a ver el gran fresco.
Yo con mi varilla en mano, les expliqué todos los rincones del paisaje.
Cuando finalicé con la descripción, me acerqué a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. El Jurado tuvo la sensación de que mi cuerpo se adentraba de a poco en el sendero blanco, que avanzaba poco a poco en el paisaje Antártico y que me hacia más pequeño.
Pronto una curva del sendero me ocultó a sus ojos. Y al instante desaparecí en el paisaje blanco dejando el gran muro desnudo. La Antártida Argentina una vez más me había atrapado como un imán.
El Jurado y las personas que observaron el cuadro volvieron a sus sillas en silencio.
Mercedes Estela Brito
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